Ted Gioia |
El 28 de febrero pasado, el suplemento cultural del diario El País, de Uruguay, publicó la siguiente reseña de Jorge Fondebrider sobre El canon del jazz. Los doscientos cincuenta temas imprescindibles, un volumen de Ted Gioia, publicado por la editorial Turner, de Madrid, en 2013.
Inventar lo ya inventado
La publicación en castellano de El canon del jazz. Los 250 temas
imprescindibles, del músico, compositor, e historiador Ted Gioia,
apenas un año después de su aparición en inglés, marca un verdadero hito en la
literatura dedicada al género.
El
título de la traducción, sin embargo, difiere del original, The Jazz Standards. A Guide to
the Repertoire, por lo cual quizás sea necesario aclarar a qué se le
llama standard en el léxico jazzístico. Se
trata de una canción que procede muchas veces de la música popular y que ha
sido probada por el tiempo para ser utilizada una y otra vez como tema del
repertorio del jazz. En la interpretación de standards es
donde mejor se revela la calidad de invención de un músico de jazz porque el
oyente, al tener presente un tema ampliamente conocido -que en el caso
específico del jazz moderno, muchas veces apenas se esboza-, descubre con mayor
facilidad cuáles son las variaciones estrictamente personales de un ejecutante
y, llegado el caso, si tiene o no algo nuevo que decir.
Los standards provienen de dos fuentes distintas.
Por un lado, de lo que se llama Tin Pan Alley; por otro, de los mismos
compositores e intérpretes de jazz. La denominación Tin Pan Alley -que,
literalmente, significa "callejón de la sartén de hojalata"- nació en
Londres. Allí se la utilizaba para designar el distrito de la ciudad donde
convergía el mundo de los editores y de los compositores musicales y, por
extensión, el de la industria del espectáculo. Una de las explicaciones del
nombre lo vincula al ruido de sartenes y cacerolas que aparentemente hacían los
editores de la competencia para evitar que los potenciales clientes de otros
editores oyeran las composiciones que estos les mostraban. A principios del
siglo XX, el término pasó a los Estados Unidos y se aplicó primero al barrio de
los editores musicales, situado en la calle 27 del distrito de Manhattan. Hacia
la década de 1930 los editores se mudaron entre las calles 40 y 50, muy cerca
de Broadway. Con el tiempo y por extensión, el término se fue considerando como
sinónimo de música norteamericana compuesta para el espectáculo. Se trata,
básicamente, de canciones provenientes de comedias musicales, obras teatrales,
bandas de sonido cinematográficas, etc. Entre los principales compositores de
Tin Pan Alley se debe nombrar a George e Ira Gershwin, a Irving Berlin, a
Vernon Duke, a Harold Arlen, a Richard Rodgers y Lorenz Hart, a Jimmy Van Heusen
y Johnny Burke, a Cole Porter, a Victor Young y, más adelante, a Johnny Mercer,
Henry Mancini y a Burt Bacharach. Los standards que
provienen del jazz son temas con compositores igualmente definidos que por puro
gusto otros músicos eligen para dar sus versiones. Entre algunos de los
compositores más visitados, corresponde mencionar a Fats Waller, a Duke
Ellington, a Thelonious Monk, a Benny Golson y a Ornette Coleman, para citar
apenas a unos pocos.
DE MANO EN MANO.
Resulta
especialmente interesante considerar cómo pasan los standards de un músico a otro,
sobreviviendo de ese modo la época en que surgen. Más allá de que esos temas puedan
"robarse" en los ensayos o sacarse de los discos, existen una serie
de recopilaciones, al principio caseras y luego progresivamente profesionales,
que solían denominarse fake books ("libros
falsos"). Desafiando muchas veces los derechos de autor, los editores de
estas recopilaciones caseras actuaban siempre en la más completa ilegalidad.
Luego, en 1975 los estudiantes de la
Escuela de Música Berklee, de Boston, reunieron las versiones
más exactas y mejor armonizadas de los standards y
las publicaron como The
Real Book ("El
libro verdadero"). De ese modo se produjeron tres "libros
verdaderos", a las que el tiempo y la necesidad fueron sumando otros. Lo
cierto es que no se concibe a ningún músico de jazz sin un conocimiento básico
de estas colecciones. Ampliando esa idea y agregándole una serie de detalles
del todo interesantes, Ted Gioia ofrece su propia versión, sin partituras, pero
sí con la historia de cada standard y
su recomendación de las más interesantes versiones disponibles, ordenadas en
orden cronológico.
A FAVOR.
Considerando este último punto,
uno de los mayores méritos del libro de Gioia es, precisamente, su parcialidad.
¿Por qué esosstandards y
no otros? O dicho de otro modo, ¿por qué incluir "Peace", de Horace
Silver, un tema que no viene a la mente como primera opción, y excluir
"Get Happy", de Harold Arlen y Ted Koehler, acaso mucho más conocida
que la composición de Silver? Es prerrogativa de Gioia.
También
es su prerrogativa inclinarse por las versiones de tales y cuales intérpretes y
no de otros. Para los lectores neófitos (trátese de músicos o de simples
mortales) es una buena manera de comenzar a adentrarse en el mundo del jazz.
Para los conocedores hay material para discutir y, quizá, al entablar ese
diálogo por momentos algo crispado, aprovechar la oportunidad para revisar los
propios puntos de vista. Lo cual no está nada mal.
Dado
que Gioia es músico y pedagogo, en más de una ocasión dedica unas líneas para
el análisis técnico de los standards, con lo que le agrega a sus comentarios datos
indispensables para los músicos. Sin embargo, merece mención especial la
importancia que Gioia les confiere a las letras y a su interpretación. En oportunidades,
destaca la calidad lírica de los textos, y cuando estos carecen de ella, la
dimensión que le otorga la interpretación de, por ejemplo, Billie Holiday, Chet
Baker, Ella Fitzgerald o Frank Sinatra.
Para
completar esta descripción, el número de datos y anécdotas inútiles -aunque
completamente deliciosos- que ofrece el libro justifican plenamente su lectura.
Por caso, ¿quiénes entre los lectores sabían que Howard Dietz, el letrista de
"Alone Together", era, además, ejecutivo de marketing de Samuel Goldwing
Productions y el responsable de incluir un león rugiendo al comienzo de las
películas de su compañía, el que luego sería el famoso "León de la Metro "? Esta
información no modifica nada fundamental en nuestras vidas, pero en el contexto
de este libro hace mucho más placentera la lectura. El volumen, entonces, está
plagado de este tipo de datos que completan otros mucho más específicos.
EN CONTRA.
Por
supuesto que no todo está bien, pero no es responsabilidad de Gioia, sino de
sus editores españoles. La traducción de Víctor V. Úbeda no está a la altura de
Latinoamérica. Vale decir, no es una traducción ecuménica, que haya pensado que
el libro iba a ser leído allende el Mar Cantábrico, sino una estrictamente
regional que abusa de los españolismos, la horchata de chufa y la butifarra.
Por caso, cada vez que alguien compone algo a medias, para el traductor es
"al alimón", que así se dirá en España, pero no en América. De ahí en
más, todo es posible. No es lo más grave.
Que
un libro de 682 páginas que tanto le cuesta al bolsillo del lector tenga el
número de erratas que presenta éste es una verdadera falta de respeto. Sobre
todo cuando esos errores revelan la ausencia de una buena corrección. Así, en
alguna parte, el lector leerá sobre una versión de algún standard interpretada por "Joe
Coltrane" (sic), quien es, en realidad, "John Coltrane". Lo peor
es que hasta esa página nadie nunca supo que
el saxofonista más conocido como Trane tuviera también ese otro apodo, con el
que acaso se lo conoce en la
Península.
Buen comentario! Por mi parte estoy escuchando standards con el libro a mano. La data me resulta entretenida e interesante. Abrazo
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