viernes, 4 de diciembre de 2015

Loiácono entrevistado por Fondebrider

El pasado 30 de noviembre Jorge Fondebrider publicó en La Nación una entrevista realizada con Mariano Loiácono, varios días antes de sus conciertos en Thelonious y Jazzología. La versión en el diario era más corta que la que se ofrece a continuación, con su título original.

“Cuando toco trato de no pensar en nada”

Mariano Loiácono (Cruz Alta, Córdoba, 1982) empezó su carrera tocando en la banda municipal de su pueblo. De allí pasó a Rosario, donde luego de transitar un tiempo por la Universidad –en la que confiesa haberse aburrido olímpicamente– entró en la Escuela de Música Silvio Agostini, tomó clases con J. C. Tealdi e integró la Orquesta Sinfónica Juvenil y la Orquesta de la Ópera de Rosario, agrupaciones donde se dedicó exclusivamente a la música clásica. Pero entonces descubrió él jazz y, luego de tomar clases de armonía e improvisación con Julio Kobryn, se decidió a venir a estudiar a la Capital, primero, con Juan Cruz de Urquiza y, posteriormente, en la Escuela de Música Contemporánea de Buenos Aires. con Daniel Johansen, Ernesto Jodos y Mariano Otero. Justamente, debutó como segunda trompeta en la muy buena orquesta de este último. Allí se hizo un lugar entre músicos mayores que él y empezó a dar que hablar a los habitués del mundo del jazz, quienes le prestaron atención a ese pibe con gorra de rapero y pantalones siempre caídos casi hasta las rodillas, que aprovechaba cada oportunidad que se le daba tocando la trompeta como si ésa fuera a ser su última vez. Vinieron luego I knew it (BAU, 2008), What’s new? (Rivorecords, 2011), Hout House (Rivorecords, 2013) y Warm Valley (como co-líder junto a la pianista Paula Shocrón, Rivorecords, 2011), grabaciones que lo fueron acercando cada vez más al centro de la escena, revelándolo de disco en disco como un músico especial. Así lo vio Adrián Iaies, quien lo incorporó a su trío sin batería y también el saxofonista tenor George Garzone, quien, en los Estados Unidos, tocó con él y lo presentó a otros músicos, al punto de que el joven Loiácono acaba de volver de Nueva York, donde se presentó con el saxofonista Gary Smulyan, el contrabajista Ron McClure y el baterista Peter Zimer, todos pesos pesados de la escena neoyorkina. Por todas estas razones no sorprende que el flamante Black Soul, producción independiente del propio Loiácono, con su hermano Sebastián Loiácono en saxo tenor, Francisco LoVuolo en piano, Jerónonimo Carmona en contrabajo y Eloy Michelini en batería, sea un disco excepcional y acaso una de las mejores grabaciones de jazz realizadas en la Argentina en 2015.

Como en los otros discos del trompetista, Black Soul rezuma hard-bop, una variación del estilo bebop –que exige de los músicos verdadero virtuosismo–, surgida a mediados de los años cincuenta, fundamentalmente entre las orquestas negras. Consistió en la progresiva incorporación del blues y el rhythm & blues y del incipiente funk como recurso de revitalización de una música que empezaba a volverse demasiado “blanca”. El hard bop tuvo entre sus principales cultores a Art Blakey & the Jazz Messengers, al grupo del trompetista Clifford Brown y el baterista Max Roach, a pianistas como Horace Silver y Sonny Clark, saxofonistas como Hank Mobley o Tina Brooks, trompetistas como Lee Morgan, Donald Byrd y Freddie Hubbard, entre muchos otros. Ahora bien, por ser una música que remite a la década comprendida entre 1955 y 1965, la primera pregunta que se le formuló a Loiácono tuvo que ver con su necesidad de recrear ese estilo, gesto que algunos podrían considerar como museístico. “Creo que todos los estilos del jazz están vivos porque, justamente, siguen permitiendo decir cosas nuevas”, señala Loiácono. “En mi caso, el hard bop es el lugar donde más cómodo me siento y donde mejor me expreso. Yo sé que es un estilo viejo, pero incluso hoy en día, en Nueva York, hay gente tocando este tipo de música. Sin ir más lejos, Eddie Henderson, con quien estuve tomando clases, o ese grupo extraordinario que se llama The Cookers”.

–Bueno, pero todos ellos fueron contemporáneos del surgimiento de ese estilo. Vos llegaste al menos dos generaciones después.
–No veo por qué no haber sido contemporáneo del género es un obstáculo para que yo lo toque. Tal vez, en algún futuro, me surja tocar otra cosa, pero ahora quiero tocar hard bop. No tengo ningún complejo con eso. En cierta forma, no hacerlo sería como prohibirle a alguien tocar en una orquesta sinfónica la música de Beethoven porque tiene más de dos siglos.

–Doy vuelta entonces la pregunta. ¿No te parece que la música tiene que dar cuenta de lo que nos pasa en razón del momento en que nos está pasando?
–Creo que la música tiene que ver primero con lo que le pasa a quien la toca. Muchas veces eso también refleja lo que ocurre en términos socio-culturales, pero no siempre es así. En ocasiones, sale lo que sale y después, si hay suerte, viene alguien y dice que, efectivamente, esa música refleja o no lo vivido. Pero no es algo mecánico. Por eso, al incurrir en un estilo del pasado, lo fundamental es la honestidad. Yo siento que cuando toco este estilo doy cuenta de lo que a mí me pasa día a día, aun cuando sea un estilo del pasado. Es muy simple: el 100% de lo que escucho es jazz. Hay un 20% que le dedico a otros estilos, pero el 80% restante es hard bop. Entonces, dado que lo escucho todo el día, que lo estudio todo el tiempo, lo más probable es que, cuando componga, me salga hard bop. Lo raro sería que compusiera otra cosa.

–Cuando uno te escucha, lo primero que viene a la mente es el nombre de trompetistas como Lee Morgan, Donald Byrd y Freddie Hubbard. ¿Es ese tipo de trompetista el que te planteás como modelo?
–Sí, y yo sumaría a esa lista los nombres de Clifford Brown, Carmel Jones, Booker Little y Woody Shaw. Y aclaro: nombro músicos de este estilo, no vaya a ser cosa que después salga uno diciendo que no nombré a Miles Davis.

–Hay una vieja polémica a propósito de si la música es referencial o abstracta. Cuando tocás, ¿te imaginás cosas o lo hacés de manera abstracta?
–Cuando toco trato de vaciarme, de no pensar en nada. Tim Hagans, con quien también tomé clases, una vez me dijo que cuando tocara tratase de imaginarme cómo me veo desde arriba. Algo así como si no fuera yo el que estuviera tocando y entonces me alentara a mí mismo desde arriba a tocar el mejor concierto de mi vida. George Garzone, en cambio, me dice siempre que no piense y trate de concentrarme en lo que siento. Así, lo estudiado sería nada más que una herramienta para tratar de traer afuera lo que está muy adentro. Por eso creo que mi acercamiento a la música es más bien abstracto. La excepción son las baladas. Ahí pienso en la letra y, por lo general, trato de informarme de las circunstancias en las que el tema fue escrito.

–Hablando de circunstancias,¿hay algunas más propicias que otras para tocar?
–Lo que más me gusta es el club de jazz, y ahí a Virasoro y a Thelonious, en Buenos Aires, son imbatibles. Ahí la gente va a escuchar jazz y vos sentís la energía del público porque está cerca. No me molestan ni el ruido de cubiertos ni los mozos, pero me molesta mucho la gente que habla. Al advertir el desinterés, me desenfoco. En esos casos me acerco y aprovecho mi solo para tocar fuerte. Así se callan, me irrita que no valoren el esfuerzo. La verdad es que, si se van a poner a hablar, prefiero que no vengan. 

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