“El
músico y director artístico del Festival de Jazz de Buenos Aires señala que los
álbumes ‘son un testimonio de un momento determinado en la vida de uno y no me
resigno a no hacerlos’. En este trabajo, grabado en el Salón Dorado del Teatro
Colón, todos los temas le pertenecen”: tal la bajada de la entrevista que Diego Fischerman tuvo con Adrián Iaies y que el diario Página 12 publicó en el día de hoy.
“Es un disco para no
tener que dejar de hacer discos”
Suelen preguntarle,
dice, acerca de la posible argentinidad del jazz. No es extraño, si se piensa
que en algunos de sus grupos ha incluido al bandoneón como instrumento, que ha
jugado con las referencias cruzadas y las tentadoras ambigüedades de títulos
como “Round Midnight y otros tangos”. No es raro que le pregunten a Adrián
Iaies sobre esas cuestiones, en tanto ha utilizado como materiales de sus
versiones a tangos de Cobián y Cadícamo, o de Dames y Sanguinetti, y a temas de
Charly García y canciones de Joan Manuel Serrat. Y, sin embargo, pocos músicos
se prestan tan poco como él a los guiños de postal y a los pintoresquismos. Si
lo apuran, puede llegar a decir, como el compositor y también pianista Gerardo
Gandini, que lo argentino, o más bien lo porteño, “es una cuestión de gesto”.
O, más precisamente, “de melancolía”.
Los tangos, las canciones de
Serrat, no son para Iaies una forma de encontrar legitimidad sino, mucho más
directamente, un anclaje en el mundo de su educación sentimental. Al fin y al
cabo, allí hace lo que el jazz siempre ha hecho: trabajar sobre “una que
sepamos todos”. La figura destaca contra el fondo y la variación en relación
con un tema conocido. No otra cosa es un standard.
Y su idea es, en ese sentido, sencilla. Los standards de un porteño no son los
mismos que los de un neoyorquino, aunque después trabaje sobre ellos con el
vocabulario del jazz. Hay, por otra parte, en cada uno de sus discos –y en cada
proyecto que encara– una especie de tesis.
La cuestión de la autoría, o de la
apropiación, no es allí una cuestión menor. Y si hiciera falta una sola prueba
bastaría con los dos universos –aparentemente distintos y hasta opuestos– a los
que se asoma en dos de sus discos más recientes. En el antepenúltimo, Goodbye, publicado en 2013 por el sello
Rivorecords, construye una de sus declaraciones musicales más personales y lo
hace exclusivamente sobre temas ajenos y, en este caso, pertenecientes a la
tradición pura y dura del jazz. En el último, Cada mañana te trae, grabado en el Salón Dorado del Teatro Colón y
recién editado por S-Music, todos los temas le pertenecen. En el primero de
ellos toca solo; en el otro en un trío bastante atípico –y sin batería–, con
Mariano Loiácono en trompeta y Juan Manuel Bayón en contrabajo. La firma, ese
gesto del que él habla –un gesto porteño, qué duda cabe–, es tan clara en uno
como el otro. Tal vez de eso se trate la identidad. De ser inconfundible.
Cada mañana te trae, con una
producción, calidad de grabación y presentación impecables –tal como ha sido
una constante en toda su carrera– acarrea ya una tensión de origen. Es un
disco, en una época en la que nadie cree demasiado en la utilidad o en la
necesidad de hacer discos. “Es un disco –afirma Iaies– para no tener que dejar
de hacer discos. A mí me gustan los discos, los considero valiosos. Me eduqué
con ellos. Son un testimonio de un momento determinado en la vida de uno y no
me resigno a no hacerlos, entonces busco la manera de poder seguir haciéndolos.
Un disco no es una cajita con una cosa adentro. Es un concepto abstracto. Es
cierto que cada vez es más difícil hacerlos, en términos económicos. Lo que hay
que encontrar es una manera de lograr una idea en la que creo y es que un disco
tiene que poder financiar al disco siguiente. O, al menos, no dejarlo a uno en
bancarrota. Lo que sucede es que el sistema está totalmente corrompido. Yo
entro un día a Yenny y veo la caja triple (su álbum Uno, dos, tres/ Sólo y bien acompañado) a 300 pesos. Yo recibo 10
por cada una. Pregunto en el sello cómo puede ser y ellos me explican que la
caja se vende a la disquería a 70 y que, si se descuentan los gastos, 10 es una
regalía absolutamente razonable. Lo que ellos no pueden explicar es por qué la
cadena de disquerías pretende obtener más de un 300 por ciento de ganancia
sobre ese objeto. Ahí uno pierde las ganas y empieza a pensar que es más lógico
hacerlo digital y listo. Pero yo no quiero dejar de hacer discos.”
Iaies, Loiácono y Bayón presentan
este disco en Thelonious (Salguero 1884). Iban a hacerlo todos los sábados de
este mes, a las 21.30, pero la respuesta del público ya los llevó a decidir que
continuarán también en julio. El pianista tiene algo más para decir sobre el
disco. O sobre sus discos en general. “Haciendo un poco de memoria vi que llevo
ya realizados veinte discos, desde Nostalgias
y otros vicios, que edité en 1998. Y podrán gustar más o menos, pero es
claro que cada uno es un documento de algo. No es como preparar un recital. Son
testimonios de proyectos muy definidos. Son discos muy homogéneos. O hablo de
una cosa o hablo de otra. No hay dos discos seguidos que repitan un formato,
por ejemplo. Esta vez hacía dos años que no editaba un disco, lo cual es raro
en mí. Pero me entusiasmé. Empezamos a ensayar. Me entusiasmó el sonido del
grupo. Me entusiasmaron las posibilidades de un trío de esta naturaleza. Y me
entusiasmó ponerme a escribir tanta música. Fue la primera vez que hice un
disco sólo con música propia. Y son todos temas que no había hecho nunca antes,
que fueron pensados para estos músicos y para esta ocasión. Así que me dije
‘bueno, si voy a perder algo de guita, que sea con esto’.”
Iaies reconoce que no le gusta
ensayar y cuenta que con este grupo ha sido distinto. Que hace seis meses que
se reúnen todas las semanas, haya o no fechas para tocar. Y que con Bayón se
junta periódicamente a tocar simplemente porque le gusta y quiere hacerlo.
Habla, inevitablemente, de música y de otros músicos. Asegura haberse percatado
de una especie de rareza. “Siempre dije que el material esencial del jazz, que
su célula básica, es el trío de piano, contrabajo y batería. Y viendo mi propia
producción veo que he hecho realmente muy pocos discos con ese formato.” Están
los tríos que salen de lo común, como este que incluye trompeta y excluye la
batería, o los grupos en los que incorporó bandoneón –Gabriel Rivano primero,
Pablo Mainetti después, más adelante Michael Zisman– o una de sus
especialidades, los dúos (con el contrabajista Horacio Fumero, con la cantante
Roxana Amed, ocasionalmente con Liliana Herrero). Hay un especial gusto por la
intimidad. Por la introspección. Algunos de los títulos de los discos pasados
lo ponían en evidencia –Nostalgias y
otros vicios, Melancolía–. Y una
de las canciones de Cada mañana te trae,
bromeando con el estilo de los títulos de standards, lo explicita de manera
brillante: “Happiness is not my Business”. De todos modos, los nombres poco
importan. Basta con escuchar Goodbye,
un disco de baladas (“mostly ballads”, podría decirse, parafraseando un álbum
maravilloso del pianista Steve Kuhn) para entender como Iaies ha convertido a
la melancolía en una de las bellas artes.
Cada mañana te trae es, tal vez,
más luminoso. Hasta por momentos, como en la inicial “In a Twelve Mode”,
festivo. Aunque la felicidad no sea su asunto, el trío transmite un placer
intenso: la interacción y la conexión expresiva de los tres músicos es
llamativa. “El repertorio no es solo el nombre de los temas. Elegir el material
conlleva también tomar decisiones, anticipar el tratamiento”, comenta Iaies. “Y
si uno, al elegir un standard, ya se va imaginando cómo lo va a encarar con el
grupo y cómo va a sonar en manos de esos músicos en particular, en el caso de
la composición es aún más claro. Uno piensa en términos de tema e
improvisación, pero piensa de manera integrada, uno se imagina cómo van a ser
las improvisaciones de esos intérpretes y escribe teniendo eso en cuenta. Por
otra parte, mi modelo siempre es la canción. Yo parto de una melodía, nunca de
un riff, o de un motivo rítmico o una
secuencia de acordes. Invariablemente en el comienzo hay una melodía que
después se va desarrollando. Y me gustan los solos que trabajan melódicamente
y, seguramente, elijo músicos que tienen una alta capacidad melódica, porque
con ellos es con quienes me siento a gusto pero, más precisamente, porque sé
que es con ellos con quienes la música que compongo va a sonar como quiero que
suene. Siempre que se incluye la improvisación hay una parte de uno que se
cede. No están todas las notas, ni siquiera todos los climas. La obra va a
terminar de componerse al ser tocada. Y ninguna vez va a ser exactamente igual
a otra. Entonces uno deja eso librado al azar sólo hasta cierto punto. Elegir
los músicos, y pensar la música para ellos, es una manera de controlar. En
realidad, creo que la mayoría de las veces yo sé con exactitud cómo va a sonar
un tema y el clima que va a tener.”
Además de su tarea como músico,
Iaies se desempeña, desde hace siete años, como director artístico del Festival
de Jazz de Buenos Aires. En un terreno atravesado por mezquindades varias, por
internas bastante salvajes y por cruentas rivalidades políticas, su gestión
goza de un raro consenso. “Supongo que es porque nos hemos ocupado de darle a
los músicos locales un lugar de privilegio. A diferencia de lo que sucede en
otros festivales, aquí han tenido presupuesto, han tocado en las mismas salas y
con el mismo sonido y las mismas luces que los extranjeros. Creo que otra cosa
que ha tenido un signo positivo fue el insistir en no programar músicos que ya
hubieran tocado aquí. Con eso hemos evitado que se tratara de un festival
armado por las agencias, la programación la armamos aquí con lo que nos parecía
deseable dentro de lo posible. O lo posible dentro de lo deseable. Y me parece
que una tercera virtud es el haber producido música. En los encargos pusimos en
contacto a algunos músicos con la obra de otros, que tal vez no estaban en sus
planes hasta ese momento, y que tuvieron importancia para ellos posteriormente.
Creo que el caso de Guillermo Klein con el proyecto sobre música del Cuchi
Leguizamón o el de Fernando Tarrés alrededor de Pizzolla han tenido esas
características.” Hay, además, otro dato significativo: Adrián Iaies evitó
escrupulosamente la autoprogramación. “Es cierto que este disco fue grabado en
el Colón”, comenta. “Pero yo no fui a ver a Darío Lopérfido como director del festival
de jazz sino como músico. El me conocía de mucho antes, ha ido a actuaciones
mías. Y me dijo que era su intención que el Colón pudiera ser utilizado más
intensivamente. Yo no grabé allí porque dirija el festival de jazz sino porque
tengo cierta trayectoria y estoy seguro de que si Ernesto Jodos, o Paula
Shocrón, o Francisco LoVuolo o Diego Schissi o cualquier otro pianista que
tuviera los antecedentes suficientes, hablara con el director actual del Colón
y pidiera grabar allí, le dirían que sí igual que a mí.”
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