sábado, 21 de noviembre de 2015

Mariano Loiácono Quinteto en Thelonious

El pasado jueves 19 de noviembre, el Maríano Loiácono Quinteto presentó Black Soul y Diego Fischerman da cuenta de ello en el diario Página 12 de hoy. Según dice la bajada: “El álbum fue grabado en vivo en Thelonious y también presentado allí, cinco meses más tarde. Y el grupo demostró que no sólo es capaz de comenzar con un nivel de energía asombroso sino que ésta, a lo largo de todo un concierto, lejos de disminuir se acrecienta”.

Aplanadora, pero con sutileza

El Quinteto de Mariano Loiácono tiene una virtud infrecuente. Como si se alimentara de su propia fuerza, no sólo es capaz de comenzar con un nivel de energía asombroso sino que ésta, a lo largo de todo un concierto, lejos de disminuir se acrecienta. Aplanadora sin frenos y en bajada, diría alguno. Pero lo realmente soprendente es que esa potencia arrolladora –y es que se escuchan pocos grupos tocar a esa velocidad, con esa sensación de urgencia, y con tanta perfección–, está llena, a la vez, de sutileza y detalles.

Cada solo es un ejemplo de meticulosa construcción, cada planteo de un tema es de un rigor extremo. La interacción es exquisita. Y todo sucede con el más alto de los voltajes imaginables. Es casi una obviedad, pero en el lenguaje elegido por Loiácono y su grupo, heredero del que fraguó en el sello Blue Note a finales de la década de 1950 y comienzos de la siguiente, estas características además de excepcionales son imprescindibles. Sin una técnica depuradísima, esta música es imposible de tocar. Y sin esa energía, aunque todas las notas estén en el lugar correcto, lo que suena es una sombra pálida de lo que debería ser. Tal vez por eso el grupo eligió que su último disco, Black Soul, recién publicado gracias a la producción de Justo Lo Prete y Fernando Roveri, fuera una grabación en vivo. El registro fue realizado en Thelonious Club en julio de este año. Y enrulando el rulo, la presentación en vivo del disco en vivo tiene lugar en el mismo club, a la sazón uno de los más bellos y acogedores lugares para el jazz que puedan imaginarse.

Hay un plus que tiene que ver con la presencia –y la cercanía– del público. Hay algo en la gestualidad del quinteto, en sus encuentros, sus sonrisas y sus guiños, que se refleja en la música y que enciende a los oyentes. Y algo de esa excitación del que escucha que vuelve, renovada, a quien está tocando. Podría decirse, con un dejo de arbitrariedad, que ésta es una música para ser tocada –y ser escuchada– en vivo. Es mérito del disco, eventualmente, que ese clima permanezca allí. La experiencia de tenerlos delante, no obstante, es intransferible. Los temas propios –el que le da título al álbum, “It’s All About Timing”, que el trompetista dedicó a su maestro y amigo George Garzone–, en la ilustre compañía de autores como el trompetista Woody Shaw –el fulminante “To Kill a Brick”–, brillan por su capacidad de síntesis y por funcionar como materiales exactos para la improvisación.

Mariano Loiácono, que sorprendió con su impactante noneto hace dos años y a través de las actuaciones de sus propios grupos –de rara estabilidad en el medio local–, en el nuevo trío sin batería del pianista Adrián Iaies o junto a la cantante Barbie Martínez, se ha consolidado como uno de los músicos más importantes del jazz argentino. Con un notable control de su instrumento, un sonido pleno y expresivo, y un fraseo siempre preciso, tanto en la trompeta como en el fliscorno (o flügelhorn, si se prefiere), ha desarrollado un estilo llamativamente maduro. Su hermano Sebastián, dueño de un timbre de homogeneidad y potencia notables, piensa sus solos armónicamente y es capaz de desarrollos verdaderamente sorprendentes. Lo Vuolo une una digitación prodigiosa con una manera siempre sorpresiva de subdividir rítmicamente y, en la base, Jerónimo Carmona fime en la marcación e inspirado en sus solos, y Eloy Michelini, con el balance justo entre exactitud y explosión, son piezas fundamentales de la cohesión y el sentido de fuerza que transmite el quinteto. Un “alma negra” que va más allá de las palabras.


miércoles, 18 de noviembre de 2015

Brandford Marsalis y su cuarteto en el Teatro Colón

“El deslumbrante saxofonista expuso su tesis sobre el jazz y fue ovacionado junto a los músicos que lo acompañaron.” Tal es la bajada de la cobertura realizada por Diego Fischerman sobre el concierto que el cuarteto de Branford Marsalis diera en el Teatro Colón, a modo de clausura del Buenos Aires Jazz 2015.  Publicada en el diario Página 12 del 17 de noviembre pasado, ha servido, entre otras cosas, para discutir en las redes sociales sobre la responsabilidad de los críticos, las opiniones públicas y privadas y el gusto en general. También para dar cuenta de una muy buena noche de música.

Los significados están en el swing

Hay ocasiones en que la exposición y argumentaciones son tan claras que hasta sobra el clásico “como queríamos demostrar”. En Branford Marsalis, sin duda uno de los saxofonistas más importantes de las últimas décadas, en las características del grupo que ha formado y en la elección del repertorio, nada es casual. Todo conduce a una cierta tesis acerca del jazz. Hay otras, desde ya, pero la suya, que podría resumirse en una valoración del aspecto lúdico y festivo, en una militante reivindicación del melodismo –incluso en instrumentos poco propicios como el contrabajo y la batería– y en la recuperación de ciertas zonas perdidas de la tradición del género, difícilmente pueda ser defendida con mayor altura.

Marsalis eligió, para comenzar, “The Mighthy Sword”, el tema que abría su último disco en estudio grabado en cuarteto, Four MFs Playin’ Tunes, de 2012. La referencia a cierta matriz melódica tropical, y sobre todo la estructura asimétrica de la composición de Joey Calderazzo –el pianista anterior del cuarteto–, se conectaba con una filiación que se hizo explícita en el tercer tema, “The Windup”, de Keith Jarrett. Casi olvidado como autor –incluso por sí mismo–, Jarrett fue uno de los creadores más originales en la década del 70. Y lo era con ese estilo que luego tuvo como principal continuador a Pat Metheny, en el que las enseñanzas de Ornette Coleman se conectaban con los folklores rurales de los Estados Unidos, con ciertos aires de calipso o de pop, y con un gesto de liviandad gozosa.

Entre ambos temas, el cuarteto tocó otra pieza para marcar territorio: “In a Mellow Tone”, de Duke Ellington. Nada de eso hubiera significado gran cosa, sin embargo, de no haber sido tocado como lo fue. Marsalis, como instrumentista, es deslumbrante. Su capacidad para subdividir rítmicamente de la manera menos pensada y con la mayor de las naturalidades es asombrosa. Su sonido en el tenor es bello, de gran entereza, potente y a la vez aterciopelado. Pero en el soprano, donde logra una afinación, una direccionalidad y homogeneidad extraordinarias, aun en los sonidos más débiles, y una exquisita gradación del vibrato, roza el terreno de lo imposible. Su manera de pensar los solos es siempre melódica. Y en ese sentido, la interacción con el grupo está signada en los mismos principios. Justin Faulkner, reemplazante de Tain Watts que hizo su aparición discográfica en Four MFs Playin’ Tunes, cuando tenía 18 años, es un baterista absolutamente único. Comenta permanentemente, canta con su instrumento, en la mejor tradición de músicos como Max Roach, y une impulso motor y sutileza tímbrica. El contrabajista, Russell Hall, es de una solidez a toda prueba, con un sonido lleno, poderoso, y una seguridad rítmica infalible. Y el pianista Samora Pinderhughes, con una técnica sumamente atípica y heterodoxa, dueño de un gran dominio armónico y con un estilo sumamente personal, resulta otra de las piezas clave.

Con el marco de un Teatro Colón lleno hasta el tope y un público particularmente efusivo, el cierre de la edición 2015 de Buenos Aires Jazz fue un verdadero festejo. Una exquisita balada de Calderazzo, “As Summer into Autumn Lips” (nuevamente del álbum Four MFs Playin’ Tunes), e “In the Crease” (incluido en Contemporary Jazz, ganador del Grammy en 1999) prepararon el terreno para el final: el blues “St. James Infirmary”, que Louis Armstrong grabó por primera vez en 1928, y que mostró de manera ejemplar el movimiento de pinzas establecido por el grupo, señalando una tradición y, al mismo tiempo, releyéndola desde un lenguaje propio. Una versión de “Oblivion”, de Astor Piazzolla, con la participación como invitada de la bandoneonista Shinjoo Cho, amiga de músicos amigos de Marsalis que se encontraba incidentalmente en Buenos Aires, fue el primer bis. Para el segundo, retornó Ellington con un tema cuyo título bien podría ser el del concierto en su totalidad: “It Don’t Mean A Thing (If It Ain’t Got That Swing)”. No significa nada si no tiene swing y, obviamente, también lo contrario. Si tiene swing, se llena de significados.


miércoles, 21 de octubre de 2015

Cierre del año en el CCEBA Jazz, el ciclo programado por Javier Cánepa




El cierre del año de la primera edición del ciclo CCEBA Jazz culmina con un recital diferente dedicado al contrabajo.

Históricamente, el contrabajo suele ser un instrumento acompañante, “la base rítmica y melódica” de un grupo. A través de los años, una gran cantidad de contrabajistas se han “atrevido” a desafiar ese rol, componiendo, arreglando y liderando diferentes grupos.

Jerónimo Carmona, Pablo Motta y Jorge López Ruiz, tres contrabajistas líderes de bandas de jazz en Argentina se unirán en el mítico sótano de la calle Florida para realizar un concierto atípico lleno de sorpresas. Nos brindarán una mirada completa de éste noble instrumento, aportando experiencia y una sonoridad diferente a una formación inusual. Se podrán apreciar las tres combinaciones de dúos que ésta unión habilita, así como el trio completo.


domingo, 4 de octubre de 2015

Phil Woods (1931-2015)



Xavier Quirarte, uno de los mejores críticos musicales mexicanos, tuvo la oportunidad de escuchar y entrevistar al saxofonista Phil Woods en los años noventa. Enterado de su muerte, tuvo la gentileza de hacernos llegar la siguiente nota.  





Phil Woods mantiene viva la flama del bebop

Hace apenas unos días había anunciado su retiro de los escenarios, pero el pasado 29 de septiembre el saxofonista Phil Woods dejó este mundo a los 83 años. Tuve la fortuna no sólo de escucharlo en el Festival de Jazz de Cancún en los años noventa, sino conversar con él y conocer a un hombre apasionado, dotado de un gran sentido del humor.

¿Mi mejor recuerdo de Charlie Parker? Oh... La mirada clara y astuta del saxofonista se pierde unos instantes para volver a vivir una noche inolvidable, sucedida hace más de tres décadas. "Yo tenía como 24 años y Charlie Parker estaba en una jam session en un club situado frente a donde yo tocaba para bailarinas de strip tease. Atravesé la calle corriendo, lo vi tocando el saxofón barítono y le dije: Mr. Parker, tal vez quisiera usar mi saxofón alto. Y él me respondió: Eso estaría bien y tocó en mi instrumento. Entonces me tendió el saxo y me indicó: Ahora es tu turno. Toqué ‘Long Ago and Far Away’ de Jerome Kern y entonces recibí la mejor crítica de mi vida. Me miró y me dijo: Suena realmente bien, chavo".

Esa noche Phil Woods regresó a su trabajo para acompañar con sonidos cadenciosos los movimientos voluptuosos de las bailarinas, Más tarde se marchó a casa para revivir el encuentro maravilloso con su ídolo. La frase pronunciada por Bird había calado hondo en el espíritu del saxofonista: Suena realmente bien, chavo.

Treinta y siete años después, antes de actuar con su quinteto en Cancún, Woods recuerda esa noche con una sonrisa de satisfacción. La pasión dicta sus palabras, la misma pasión con la que mantiene viva la flama del bebop a través de cada concierto. “Charlie Parker era muy generoso con los músicos jóvenes, pero esto a veces se pasa por alto porque sólo se habla del lado oscuro de su vida. Recuerdo que siempre que nos encontrábamos en su casa solía preguntarme: ¿Ya comiste algo hoy?

Heredero del sonido de Parker, Woods rehuye el fetichismo y por eso siempre prefirió utilizar su propio instrumento. "No, realmente nunca toqué en el saxofón de Charlie, únicamente lo utilicé en una ocasión cuando no tenía un instrumento a la mano y su viuda me lo prestó para un concierto. El saxofón permanece en París con su familia, con Chan Parker y el pequeño Bird, que es guitarrista. Yo no tengo su saxofón, sólo me robé sus escalas”, dice riendo.

Cosas del destino, la familia de Parker también se convirtió en la de Phil Woods. Durante algunos años estuvo casado con Chan, la última viuda de Bird. Aunque rehusa hablar de su vida personal, con una gran carcajada afirma que estaba enamorado de la mujer. "No me casé con Charlie Parker, sino con Chan Parker; tenemos una relación muy cercana, tuvimos dos hijos juntos y muchos nietos. Somos muy buenos amigos".

Con una mirada felina, el saxofonista mantiene los sentidos alerta y las respuestas en la punta de la boca. No permite concluir la pregunta cuando afirma que sus principales influencias son Charlie Parker, Dizzy Gillespie, Thelonious Monk, Sonny Rollins, Lee Konitz, Jackie McLean, Coleman Hawkins, Ben Webster..." La risa inunda el ambiente mientras deja en el aire una interminable lista imaginaria. "Todos, escucho a todos, todos muy buenos amigos".

Algunos de sus grandes amigos se reunieron para trabajar en un disco memorable grabado en 1959: The Thelonious Monk Orchestra at Town Hall (Prestige). Como director musical, Phil Woods tocó esta big band que incluía a músicos como Donald Byrd, Charlie Rouse, Pepper Adams, Sam Jones y Art Taylor. Dejar a sus músicos en total libertad fue la lección más memorable que le dejó Monk. "Era el más grande líder del mundo: nunca te decía cómo tocar, pero cuando Thelonious Monk empezaba a bailar alrededor de la banda sabías que las cosas iban bien. Era un conductor al que tenías que observarle los pies en lugar de las manos”.

Su relación con el trompetista Dizzy Gillespie completa la trilogía de los pilares del bebop. "Mi primera gira con Dizzy fue al Medio Oriente, en 1956, fuimos amigos muy cercanos. Probablemente es el músico más importante del planeta: él invento este tipo de música. Estoy muy orgulloso de haber podido trabajar con él a los 24 años. Cada día pronunció una oración por Dizzy".[1]

Antes de formar su propio quinteto, Woods pasó algunos años como miembro de las bandas de Gillespie, Charlie Barnett, Buddy Rich y Gene Krupa. Su saxofón alto también se ha escuchado detrás de grandes cantantes, lo que a su juicio constituye un buen ejercicio de aprendizaje. "Cuando acompañas a cantantes aprendes a relacionarte con el sentido que el compositor y el letrista quieren darle a una canción. Aprendes a quitarte de en medio para que el o la cantante destaque; no es difícil, pero requiere cierta sensibilidad. No estás tocando solo cuando acompañas a un cantante, por eso debes procurar que suene lo mejor posible sin estorbarle. Es una operación muy delicada y tienes que ser muy cauteloso".

Algunos jazzistas sostienen que es preciso pensar en la letra de las canciones para poder interpretarlas a través del instrumento. El punto de vista de Woods es distinto: "Yo no pienso en las letras, sino en el sentido de la composición. Creo que debemos entender el mensaje del compositor, engancharnos en él y tratar de comunicarlo".

Aunque el trabajo con las cantantes y en las grandes orquestas limitaba sus posibilidades de desempeñarse como solista, Phil Woods al menos podía tocar en vivo y mantener el contacto con otros músicos. Sin embargo, en la década de los sesenta las oportunidades para presentarse en público en Estados Unidos se reducían de manera drástica y su talento se diluía en sesiones de grabación, muchas veces irrelevantes.

Como muchos otros músicos que le antecedieron, el saxofonista fue atraído por el ambiente de respeto que reina por el jazz en Europa. Establecido en el viejo continente de 1968 a 1973, formó la European Rhythm Machine con George Gruntz en el piano --después sustituido por Gordon Beck--, Henri Texier en el contrabajo y Daniel Humair en la batería. Con este grupo grabó algunos discos que extendían sus experiencias en el bebop y se acercaban al free jazz.
"Para mí fue un tiempo maravilloso, aunque no era un periodo bueno para el jazz en Estados Unidos. En los sesenta mi trabajo casi se limitaba a los estudios, mientras que en Europa tuve la oportunidad de ser jazzista. Allí me convencí de que tal vez era lo suficientemente bueno para ser músico. Desde que llegué a Europa empecé a trabajar y a los tres meses de mi llegada fui invitado a tocar en el Newport Jazz Festival, mientras que cuando vivía en la ciudad de Nueva York nunca se me había tomado en cuenta. Es un mundo muy curioso".

Al regresar a Estados Unidos Woods encontró que la situación había cambiado y empezó a trabajar con su quinteto, dos de cuyos miembros originales lo acompañan hasta la fecha: Bill Goodwin en la batería y Steve Gilmore en el contrabajo. "El mejor público para el jazz está en Estados Unidos, pero no siempre fue así. Antes era mejor el público europeo, que cuenta con mayor preparación cultural. Debido a que la educación jazzística ha mejorado en Estados Unidos ahora tenemos muchos seguidores entre los jóvenes".

A lo largo de su vida, Phil Woods ha escuchado muchas veces la sentencia de que el jazz ha muerto, que su espíritu ha sido traicionado. "El jazz ha muerto y ha sido enterrado muchas veces. Cada cinco años se dice que el jazz está muerto, pero yo digo que no ha muerto, sólo huele raro —afirma riendo—. Yo creo que el jazz está en gran peligro de fosilizarse en el sentido de que ya no pueda crecer. En estos días es muy duro ser un jazzista joven, después de todo los músicos que vinieron antes que ellos dejaron huellas muy profundas. Músicos como los Marsalis deben encontrar su propio camino, no puedes expander el arte si vas hacia atrás. Por el momento los jóvenes están haciendo su tarea y verificando la tradición. Creo que antes de poder cambiar el arte debes entender la tradición y esto es lo que se está haciendo".

En su propio lugar de origen el reconocimiento para esta música todavía no es suficiente, admite Woods. "El jazz sigue siendo el hijo bastardo de las artes, pero es una forma de arte muy fuerte por la que muchos grandes hombres han muerto. El jazz es respetado en todo el mundo, pero todavía estamos tratando de que se le respete más en Estados Unidos. Es la música del futuro".

Phil Woods mantiene el sonido dulce de su saxofón, el mismo que conmovió a Charlie Parker. Los cambios le tienen sin cuidado. "Me gusta pensar que no estoy empeorando. ¿Cambios? No sé, no me preocupo por cambiar. Creo que uno encuentra su dirección y se adhiere a ella. Soy un hombre de melodías, un romántico. Nunca intenté ser un músico de free jazz, aunque respeto a los hombres que lo tocan. El jazz es la más democrática de todas las artes y por eso me interesan sus desarrollos. He experimentado con la música de fusión y la electrónica, pero lo que hago mejor es tocar el jazz straight ahead".

Escuchar al quinteto de Phil Woods en concierto es constatar la pasión de un hombre por la más democrática de las artes. "La música es mi vida. No, no, no, no tengo nada de que arrepentirme. Lamento no haber podido grabar con Sarah Vaughan —íbamos a hacer un disco juntos—, desafortunadamente nos dejó antes que pudiéramos concretarlo. También me hubiera gustado grabar un álbum con Art Pepper, pero tampoco fue posible. Quiero grabar con Jackie McLean, lo que es muy probable".

Una vida intensa en el jazz, documentada de manera profusa en las grabaciones, pronto se verá enriquecida con la publicación de un libro que el propio Phil Woods escribe acerca de su amplia experiencia en la música. "Estoy escribiendo un libro sobre mi vida, no se lo he dedicado a nadie, tal vez sólo a mi familia. Mi mayor satisfacción es mi familia, mi adorable esposa es todavía lo más importante".

La mirada de Phil Woods refleja la satisfacción de una vida plena, sin limitaciones, dedicada en cuerpo y alma a su música. "El jazz es mi vida, es lo que hago, lo que siempre quise hacer; lo he tocado desde que tenía 14 años. Fui muy afortunado al descubrir a esa edad hacia donde quería dirigirme. Muchos jóvenes tiemblan cuando piensan en lo que van a ser, pero yo nunca tuve esa duda. Siempre quise ser jazzista y el jazz ha sido muy bueno conmigo".




[1] Dizzy Gillespie murió el 6 de enero de 1993, antes de celebrarse esta entrevista. 

jueves, 1 de octubre de 2015

Otra noche en el Gran Buenos Aires, pero con Surel, Segal & Gubitsch


Como era imposible mantenerse ajeno a los acontecimientos, un día antes del concierto de Sébastian Surel, Vincent Segal y Tomás Gubitsch en el CCEK, el Núcleo Duro decidió preparar a los músicos invitándolos a una consistente ingesta de proteínas, oportunamente fijada a sus organismos mediante una variedad de cepas que fueron sometidas a la degustación. Fue así que, mientras las brasas chisporroteaban en la parrilla del Dr. H.B., su señora esposa, flamante directora de la carrera de Ciencias Políticas en la U.B.A., y un joven trompetista, Premio Konex, se abocaban a la noble tarea de freír empanadas. Fueron varias docenas que, para decir algo, fueron debidamente celebradas. Algunos, incluso, como después confesó el crítico D.F., también presente en la reunión, decidieron  motu proprio hacer de las empanadas un objeto de  celebración constante.

Acaso por sus orígenes cordobeses o por influencia rosarina, el Premio Konex, ayudado por su hermano saxofonista, dio cátedra de cómo debe hacerse un asado. Según se supo más tarde, fueron 25 kilos de carne para 23 invitados, a los que deben sumarse unas 80 empanadas y otros tantos choripanes. Concluida la velada, sólo quedaban 5 kilos de carne y unas 20 empanadas, y eso porque no se mencionan aquí las varias tortas y postres con que amorosamente se puso punto final al entrenamiento de los músicos foráneos.

A pesar de alguna que otra versión aislada, Tomás Gubitsch no tuvo que responder demasiadas preguntas sobre su paso por el grupo de Rodolfo Mederos, Invisible o el segundo octeto eléctrico de Astor Piazzolla, actividades todas que se extendieron a lo largo de unos 11 meses de su ya larga vida. De hecho, como se ve en la foto que ilustra uno de los momentos del ágape, representantes de dos de las principales fuerzas políticas argentinas (aunque habría que admitir que una ya no es tan principal como la otra) se le acercaron en algún momento para departir sobre el destino que le espera a nuestra patria al cabo de las próximas elecciones. Nótese cómo, de pie y a la izquierda, el joven saxofonista hermano del Premio Konex desfila con una bandeja presuntamente de carne. Al fondo, la parrilla, vuelve a chisporrotear.



Ya promediando la comida, los invitados, separados en grupos según sus afinidades, fueron manifestando de diversas maneras el bienestar que les habían proporcionado empanadas, choris y costillares. Un muy juicioso Sr. M., por ejemplo, medita al lado del crítico D.F. y del Sr. J.B., quien, cigarro en mano, ensaya cómo sería la felicidad si alguna vez le tocara la lotería.



Por su parte, Guillermo Hernández, acaso alentado por un número de copas desproporcionadamente grande (y la evidencia de esta afirmación puede observarse sobre la mesa) y ya parcialmente descamisado, ensaya un curioso discurso en un simulacro de francés que tanto el chelista Vincent Segal (a la izquierda) como el violinista Sébastian Surel reciben con interés, aunque algo abotagados.


Contrastando con la penosa imagen que precede, puede verse cómo los músicos argentinos, hacen de su vocación un verdadero sacerdocio. En la foto se ve al Premio Konex siendo aleccionado por un ávido baterista (al que, por motivos de seguridad, nombraremos E.M:) sobre las bondades de tal o cual formación, representada en la discoteca del dueño de casa por alguna joya adquirida en Minton's. Y así se va pasando la vida.

sábado, 26 de septiembre de 2015

Surel, Segal & Gubitsch esta noche en el Centro Cultural Kirchner


Diego Fischerman publicó hoy en Página 12 la nota que sigue a propósito de la actuación de hoy de Tomás Gubitsch en el CCK.

Sin sobreactuar porteñidad

Tal vez tenga que ver con el prestigio que algunos géneros musicales detentan. Lo cierto es que quien se convirtió en leyenda por haber formado parte del grupo Invisible en su cenit, acabó siendo recordado como el guitarrista de un grupo de Piazzolla de breve existencia y que jamás tocó en este país y, en la antesala, de Generación Cero, un grupo casi secreto de Rodolfo Mederos. Será por eso que Tomás Gubitsch, virtuoso de la guitarra pero también extraordinario compositor, autor de música de películas, de piezas sinfónicas y de cámara y, en la actualidad, parte de un trío deslumbrante que hoy se presentará en Buenos Aires, ocupa el lugar de artífice de un improbable tango moderno en el exilio.

En rigor no es más fácil, ni más preciso, ubicarlo en el jazz, a pesar de que ha tocado con luminarias del género enpezando por Stéphane Grappelli, el mismo violinista que había tocado con Django Reinhardt. Ni en la música de tradición académica, aun cuando varios grupos y solistas de importancia interpretan sus composiciones: el trío francés K/ D/ M tocó dos obras suyas recientemente en el Centro Experimental del Teatro Colón, dentro del ciclo Antidiásporas. Por razones generacionales, y por la sensación de un lenguaje en común, aun cuando confiesa que no es mucho el rock que escucha –o que le interesa– en la actualidad, sigue pensándose como un músico de rock. Al fin y al cabo allí obtuvo su educación sentimental y lo hizo en una época en la que, en sus propias palabras, “allí cabían todas las músicas”.

Es la primera vez, cuenta Gubitsch, que no se trata de su grupo sino de un trío de pares, que lo incluye. Los otros dos integrantes son el violinista Sébastien Surel y el violoncellista Vincent Segal. Ambos tocan en grupos de cámara pero tampoc en sus casos eso alcanza para definir sus perfiles. Surel ha sido, además, parte del grupo del acordeonista Richard Galliano durante años. Y Segal fue compañero de ruta de Sting, Blackalicious, Naná Vasconcelos, Césaria Evora, Elvis Costello, Alexandre Desplat, Marianne Faithful, Lhasa y Tricky, entre muchos otros. Ayer dieron un taller de composición e improvisación integrada en la estructura ante una multitud, en el Centro Cultural Kirchner. Y hoy actuarán a las 20.30, en la Sala Argentina de ese complejo. Aquello que para Gubitsch nació, en su niñez, de la doble advocación de La consagración de la primavera de Stravinsky y de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de The Beatles, tiene allí, en ese trío y en esa música que sólo puede describirse como una tromba arrasadora y llena a la vez de sutilezas, una expresión ideal.

“Ignoro qué hubiera pasado si no me hubiera quedado en Francia”, dice Gubitsch. “Esa relación con el tango, esa necesidad de reencontrar esta ciudad en la distancia, tal vez nunca hubiera aparecido.” La reflexión no es menor si se piensa que este es un grupo sin bandoneón, esa especie de señal automática de tanguidad. “No hay ese resguardo. De alguna manera ese sonido fija tanto la cuestión en lo porteño que uno después, en la música, puede hacer cualquier cosa.” Gubitsch, obviamente, no busca sonar porteño de manera expresa. Y sus compañeros de grupo, además, son franceses. “Me sorprendería, no obstante, que en esta música no hubiera un sonido que tuviera que ver con lo que escuché de chico”, dice.

Su historia es tan atípica como la de todos pero, claro, con la pátina del prodigio. Sus padres eran intelectuales, la casa estaba llena de libros y de visitantes tan ilustres como Jorge Luis Borges o el Mono Villegas. Probando una guitarra en una casa de música, lo escuchó un productor y le ofreció grabar. Tomás Gubitsch tenía 15 años y así lo conoció Mederos. Su hermano mayor (el chico de la tapa de El jardín de los presentes) era amigo de Gustavo, el hermano de Spinetta, y de ahí surgió una invitación a zapar en su casa del Bajo Belgrano. “Lo hablamos y decidimos pedirte que entres al grupo”, dice que le dijeron. Hacía muy poco había ido preso, como tantos, por haber ido a un recital de Invisible. La siguiente actuación del grupo, en el estadio Luna Park, lo encontraría en el escenario.

“Lo que más me preocupa en este momento es que haya una unidad en mi música. No pensar en términos de género, si se trata de rock o música de cámara. Aplico todo lo que sé y busco aquello que me gusta”, resume. Además de su actuación de esta noche, Gubitsch se presentará también el próximo viernes 2 de octubre en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (Av. del Libertador 8151) junto a varios músicos argentinos: Carlos Casazza, Luis Nacht, Diego Schissi y Juan Pablo Navarro.