sábado, 24 de diciembre de 2011

Libros sobre jazz en castellano (I)

En el número especial de Ñ dedicado al jazz, entre muy sesudos análisis de esa música, se publicó el artículo que se reproduce a continuación, firmado por Jorge Fondebrider, donde se enumera una serie de libros sobre el género publicados en castellano. Lejos de pretenderse exhaustiva, la nota debe ser leída como un servicio.

Para leer en castellano  

Si hablar sobre música es una costumbre frecuente, escribir considerándola un tema de reflexión es una auténtica pasión. Lo prueban los miles de ensayos que se publican en el mundo entero todos los años. Por lo tanto, hay que suponer que, si se publican todos esos libros es porque se venden, dato del que, salvo raras y muy honrosas excepciones, la industria editorial argentina no acusa recibo. La culpa, para ser justos, no es toda de las editoriales: los libreros suelen acomodar los ensayos sobre música en los mismos e inaccesibles estantes donde van los cancioneros (como si se tratara de la misma cosa), suerte que muchas veces también corren los libros de poesía. Luego, para completar la autoprofecía de que los libros sobre música no se venden, los suplementos literarios no los comentan. Y entonces, efectivamente, los libros sobre música, que en nuestro país se publican con cuentagotas, que los libreros esconden y que los medios ignoran, no se venden. Por eso, el trabajo empecinado que realizan editoriales argentinas como Gourmet Musical, Eterna Cadencia o Caja Negra (para mencionar apenas a las más visibles) es del todo encomiable y merece el mayor apoyo.

Ahora bien, si esto pasa con la categoría “música”, cuando centramos nuestra atención en la especie “jazz”, la cosa se complica todavía más. Lejos están las épocas en que Néstor Ortiz Oderigo publicaba localmente Panorama de la música afro-americana (Claridad, 1944),  Historia del jazz (Ricordi 1952) o Estética del jazz  (Ricordi, 1959), para citar algunos de sus muchos títulos. O cuando, más recientemente, Walter Thiers publicaba Jazz & Rock. Introducción 1940-1977 (Marymar, 1978) y José María Casalla, Jazz moderno. Una guía definitiva (Aguilar, 1998). Entonces, quien hoy quiera tener una visión panorámica de la historia del jazz no tendrá otro remedio que dirigirse a los pocos títulos dedicados a la globalidad del género que circulan por las librerías porteñas. Todos son libros traducidos (algunos, claro, mejor que otros) y prácticamente ninguno fue publicado en la Argentina.

El más viejo –y, durante mucho tiempo, el libro considerado canónico– es El jazz. De Nueva Orleáns al Jazz Rock (trad.de Jas Reuter y Juan José Utrilla; México, F.C.E., última edición de 1986), del crítico alemán Joachim E. Berendt (1922-2000). Se trata de un volumen de naturaleza didáctica que ordena sus 765 páginas considerando el jazz a través de 1) los estilos, 2) los músicos, 3) los elementos, 4) los instrumentos, 5) los cantantes, 6) las cantantes, 7) las big bands y 8) los combos, concluyendo con una tentativa de definición. El ordenamiento de cada uno de estos ítems avanza respetando la cronología pero, si bien tuvo varias ediciones en alemán y también en castellano, por falta de actualización ha quedado superado. Con todo, es una buena puerta de entrada para aquéllos que deseen ordenarse.

Historia del jazz (trad.de Paul Silles McLaney; Madrid, FCE/Turner, 2002), del pianista, compositor, crítico y musicólogo estadounidense Ted Gioia (1957). Se trata de un libro brillantemente escrito que, además de presentar a los principales exponentes de cada estilo, se preocupa especialmente por dotar al lector del contexto social en que se van dando los hechos, al  tiempo que, con las debidas pruebas, propone al desarrollo tecnológico como herramienta fundamental para la difusión del jazz y como posible determinante de muchos de sus cambios. Por este libro, Gioia –también autor de sendos trabajos sobre el el blues del Delta del Mississippi y el jazz de la Costa Oeste–, ha recibido un unánime elogio.

Frank Tirro (1935), compositor, clarinetista y saxofonista, especialista en música del Renacimiento e historia del jazz, además de decano de la escuela de música de la Universidad de Yale, es el autor de los volúmenes Historia del jazz clásico, que va desde el ragtime hasta el swing, e Historia del jazz moderno, que comprende del bebop hasta el jazz del tercer milenio (en ambos casos, trad.de Antonio Padilla, revisión técnica de Joseph Vadell y Joan Sardà; Barcelona, Ma Non Troppo, 2007), previamente publicados separadamente en 2001 y actualmente vendidos en una caja común, con un CD de referencia. Acaso por sus años de profesor, Tirro es claro y directo, tiene ideas propias y no abreva ni mitos ni en lugares comunes. En todos los casos, las referencias históricas y sociológicas, suma análisis musicológicos y la correspondiente partitura, lo cual, en el caso de los lectores que sepan leer música, es un importante valor agregado. De más está decir que sus libros –como el de Gioia– tienen todas las características para convertirse en clásicos.

Quienes busquen saber sobre el jazz argentino en particular deberán recurrir a Jazz al sur. Historia de la música negra en la Argentina (Buenos Aires, Emecé, 1992 y nueva edición ampliada y corregida de 2004), del historiador y periodista Sergio Pujol (1959). En cuanto a la subespecie “jazz latino”, resultan indispensables ¡Caliente! Una historia del jazz latino (trad. de María Antonia Neira Bigorra; México, F.C.E., 2002) y Carambola. Vidas en el jazz latino (trad. José María Imaz; México, F.C.E., 2005), ambos del músico y neuromusicólogo belga Luc Delannoy.   

LeRoi Jones, hoy Amiri Baraka
Luego, entre los libros de carácter general que todavía pueden encontrarse en algunas mesas de oferta porteñas está la Guía Playboy de Jazz (trad.de Eduardo Hojean; Buenos Aires, Emecé, 2000), de Neil Tesser, y Jazz (trad.de Ferran Esteve; Barcelona, Destino, 2000). Con cierta facilidad, podrá encontrarse todavía All What Jazz. Escritos sobre jazz (trad. Ferran Esteve; Barcelona, Paidós, 2004), del poeta y crítico inglés Philip Larkin. No van a ser tan fáciles, en cambio  Música negra (Madrid, Ediciones Júcar, 1986), el texto clásico de Leroi Jones –quien, desde 1965, luego de su conversión al Islam, firma Amiri Baraka–,  o alguno de los otros títulos de la misma editorial dedicados a John Coltrane, Stéphane Grappeli o Gil Evans. Otro tanto ocurre con La tradición del jazz (trad.de Iñigo Azurmendi Muñoa; Madrid, Taurus, 1990), del hoy polémico Martin Williams, y con Efecto Beethoven. Complejidad y valor en la música popular (Buenos Aires, Paidós, 2004), de Diego Fischerman, texto que pide a gritos su reedición. En cambio, sólo recurriendo a las ventas por Internet es posible hallar Jazz. Psicología y Sociología (trad.de Roberto Bixo; Buenos Aires, Paidós, 1968), un libro de título fraguado en la Argentina, que Nat Hentoff y Albert McCarthy publicaron originalmente como Jazz; o Panorama del jazz (trad. Gui Gallardo; Caracas, Editorial Tiempo Nuevo, 1972), de André Francis; o  El jazz. Sus raíces y su desarrollo (trad.de Gerardo V. Huseby; Buenos Aires, Víctor Lerú, 1973 y 1978), del gran director de orquesta, arreglador y teórico Gunther Schuller; o Jazz. La canción tema de los Estados Unidos (sin mención de traductor; México, Diana, 1996), del sobrevaluado James Lincoln Collier.  

Si la oferta es reducida en el terreno de las historias del jazz y los análisis globales sobre el género, afortundamente abundan los ensayos biográficos y las biografrías lisas y llanas. Son de destacarse Monk (trad.de Elena Vilallonga y Víctor Obiols; Barcelona, Alba, 2007), la clara y sintética biografía que el pianista y musicólogo francés Laurent de Wilde le dedicó a Thelonious Monk, logrando un extraordinario libro de lectura obligatoria, y Bird. El triunfo de Charlie Parker (trad.de Ramòn Vilalta Guart; Barcelona, Alba, 2008), del crítico Gary Giddins. Capítulo aparte corresponde a Miles Davis y Kind of Blue. La creación de una obra maestra (trad.de Víctor Obiols, Barcelona, Alba, 2003) y A Love Supreme y John Coltrane. La historia de un álbum emblemático (trad.de Marc Rosich; Barcelona, Alba, 2004), ambos de Ashley Kahn. Se trata de las “biografías” de discos considerados clave en la historia del género, que estudian ambos casos con un rigor inusual en estas costas. También al mismo autor  pertenece Impulse. El sello que Coltrane impulsó (trad.de Jorge García; Barcelona, Global Rhythm Press, 2006), un minucioso estudio sobre los orígenes, desarrollo y evolución de uno de los más importantes sellos discográficos dedicados al jazz. En los tres casos, el estilo ameno permite que la información erudita alcance un público más amplio que el de los meros estudios musicológicos.

Foto de la sesión de  grabación de Kind of Blue
De todos modos, el sello que merece la mayor atención es Global Rhythm Press, editorial fundada en Barcelona en 2001, fundamentalmente dedicada a la música. Allá el lector encontrará títulos sobre rock, soul, rhythm & blues, música clásica y a otros ritmos, pero los referidos al jazz resultan contundentes. Por ejemplo, corresponde mencionar la magnífica Miles Davis: la biografía definitiva (traducida por el argentino Eduardo Hojman; 2005), realizada por el trompetista británico Ian Carr –también autor de una biografía de Keith Jarrett, todavía no traducida al castellano–, de Vida y música de Bill Evans (trad.de Ferran Esteve; 2007), del también británico Peter Pettinger, y La música es mi amante (trad. de Antonio Padilla; 2009), de Duke Ellington, que vale la pena complementar con el inhallable El mundo de Duke Ellington (trad. de Gerardo V. Huseby; Buenos Aires, Víctor Lerú, 1973), biografía a muchas voces de la orquesta, debida al británico Stanley Dance. A modo de novedades de Global Rhythm Press llegan en estos días a Buenos Aires Nostalgia de Charlie Parker (trad.de Ferran Esteve; 2009), suerte de biografía a muchas voces –Miles Davis, Max Roach, Lennie Tristano, etc.– de Robert George Reisner, Coltrane. Historia de un sonido (trad.de Jorge García y Susana Inda; 2010), de Ben Ratliff y To Be Or Not To Bop (trad. de Jesús Cuellar; 2010), de Dizzy Gillespie y Al Fraser, donde el trompetista cuenta su vida y los hechos que él refiere son también narrados, desde otras perspectivas, por quienes fueron testigos de los mismos. 

Entre algunos otros títulos que pueden conseguirse en librerías, se mencionan Lady Sings the Blues (trad. de Iris Menéndez Salles; Barcelona, Tusquets, 1988), de Billie Holiday, Como si tuviera alas. Las memorias perdidas (trad. de Miguel Martínez-Lage; Barcelona, Mondadori 1999), de Chet Baker, Menos que un perro (trad. de Francisco Toledo Isaac; Mondadori, Barcelona, 2000), una fantasiosa autobiografía perpretada por Charles Mingus, Deep in a Dream. La larga noche de Chet Baker (trad. Juan Manuel Ibeas; Buenos Aires, DeBolsillo, 2007), de James Gavin, Miles. La autobiografía (trad. de Jordi Gubert Ribalta; Barcelona, Alba, 2009), de Miles Davis y Quincy Troupe, que es una reedición del libro anteriormente publicado por Ediciones B.

Por supuesto que se trata de una parte ínfima de los libros que existen en castellano, pero son, sin la pretensión de la exhaustividad, los que pueden conseguirse en Buenos Aires. Como la música que los ha inspirado, también son tema de conversación entre los aficionados al jazz. No está claro que los editores y libreros se hayan enterado.

Qué pasa cuando una obra dialoga con otras

Diego Fischerman, administra Fischerman's Tales, un blog donde periódicamente ofrece notas e información a propósito de los más diversos temas referidos a la música y sus alrededores. Algunas de esas entradas, sin embargo, plantean reflexiones que ayudan a pensar la música en términos muy particulares. La que se ofrece a continuación, colgada el 17 de diciembre pasado, parte de una anécdota ocurrida en Minton's –a partir de ahora, "el club"–, durante la última comida del año y tiene por excusa un intercambio de opiniones sobre Rio, el último álbum de Keith Jarrett, grabado en vivo en Brasil, a poco de la accidentada presentación del pianista en el Teatro Colón de Buenos Aires. (La entrada puede verse en su contexto original aquí/ ). 


Obra abierta

Reunión de fin de año en el club. Es decir en Minton's, bajando la escalera de la Galería Apolo, en Corrientes entre Uruguay y Talcahuano, con exquisitos vinos y, afuera, intermitentes tempestades. Conversaciones al pasar mientras suena William Parker en el contrabajo y, probablemente, Hamid Drake en la batería. Río, de Keith Jarrett. Un respetado pianista asegura no haber podido terminar de escucharlo. Mal disco de un gran músico, se concluye (y si no fuera así, jamás lo reconoceríamos; al fin y al cabo es el disco que Jarrett grabó en Brasil después de haber tocado sin gracia ni inspiración en el Colón). Se menciona el Concierto en París. Reconozco que es bueno pero no me gusta, digo yo. Me aburre. Los preferidos: Facing You (el respetado pianista y yo), Survivors Suite (yo), Melody at Night with You, el disco que grabó a solas, en su casa, después del brote psicótico que la hagiografía llamó "fatiga crónica"(y que todo hace pensar que está lejos de habersele pasado del todo). Pequeña e interesante discusión acerca de ese disco: ¿Sería el mismo si no fuera de Jarrett? ¿Sonaría igual si se desconocieran las circunstancias de su grabación? Es decir, si no se supiera que es el disco de alguien que vuelve y se lo escuchara como el de alguien que está yendo, ¿tendría el mismo valor? Ese disco tal vez ponga en escena como pocos una de las características que el siglo XX incorporó al arte: el diálogo con otras obras, y con otras series de significado, como principio constructivo. Las obras de arte, desde ya, siempre habían establecido diálogos con sus antecesoras y sus contemporáneas, con las del mismo artista y con las de otros, además de con una red múltiple de sistemas culturales. Pero, a partir del siglo XX, esa red puede (no siempre lo hace pero siempre es posible) convertirse en lo único que diferencia la obra de lo que no lo es. Lo que hace que una tela en blanco colgada en una galería sea una obra de arte es ni más ni menos que el hecho de que esté colgada en la galería. Eventualmente, lo que se sepa de ese pintor, su obra anterior, y lo que rodea a esa tela en blanco es lo que le confiere un valor distinto del que tenía cuando estaba en una casa de insumos para pintores. La tela es, supuestamente la misma. Su entidad como obra ha cambiado. Melody at Night with You, creo,  es un disco cuyo significado –cuya belleza– aparece en la medida en que su simpleza extrema pueda ser vista –oída– como una renuncia y no como una carencia. Es una obra que se informa, necesariamente, con lo que está fuera de ella. Pero, ¿eso está, realmente, fuera de ella?

Una comida inolvidable por mérito del Dr. Barreiro

El 21 de junio de este año que termina, el Dr. Horacio Barreiro (en la foto, de pie, junto con un abotagado Fernando Roveri y un elegante Carlos Melero, de cardigan blanco) realizó una comida francamente inolvidable en su casa, fijando un altísimo standard que comprometió seriamente a todos los futuros organizadores de ágapes vinculados a Minton's.

Al margen del vino, que corrió en cantidad y cuyos efectos pueden observarse en las foto que se ofrece ad hoc (de izquierda a derecha, Fernando, Martín, el cordobés, Marcos, G.H. y Sergio), la ingesta se vio coronada por una serie de magníficos platos (hay quien dice que fueron 12), algunos de los cuales se detallan a continuación.





Así, hubo una entrada con dos tipos de aceitunas rellenas a las que una sabia mano adornó con boquerones y anchoas, una burrata que para muchos fue lo más cercano a una epifanía que pueda imaginarse, morrones entregados a las llamas, champignones disfrazados de otras cosas, camarones convenientemente muertos en manteca y todo tipo de menudencias que hicieron las delicias de los presentes. Con todo, cuando ya se habían consumido varios platos de vaya a saber qué otras cosas que la memoria, por pudor, no quiere recordar, el Dr. Barreiro se desató con la paella y no hubo otro remedio que seguir comiendo y, claro, bebiendo para terminar de fijar la proteína.

Ya sobre las cinco de la tarde, a alguien se le ocurrió fijar el momento para la eternidad y todos se desplazaron trabajosamente hacia el centro del jardín, donde alguine de pulso todavía firme logró tomar la presente foto.

viernes, 23 de diciembre de 2011

El señor de los discos

La siguiente entrevista con Eduardo Dulitzky fue realizada por Jorge Fondebrider y publicada en la revista Ñ el 9 de diciembre de 2006. En ella, el que hasta entonces estaba a cargo del jazz y de la música clásica en la empresa que se llamaba  Sony BMG, comentaba de dónde venía y cuáles eran los gajes y problemas de su oficio. Hoy, a causa de la curiosa lógica que rige en los negocios, Dulitzky ya no pertenece a la empresa. Nadie ocupa su lugar y, a pesar de la riqueza de los sellos que forman parte de sus catálogos Sony de Argentina, ha dejado prácticamente de editar discos de ambos géneros.   



Una conversación con Eduardo Dulitzky

Aunque no parezca un dato relevante, siempre hay alguien que determina qué música escuchamos. En el caso de la música clásica y el jazz, bastaría con recorrer las bateas de las disquerías para comprender la importancia de la labor que Eduardo Dulitzky ha cumplido en los últimos veinte años.

Distinguiéndose por su curiosidad, buen gusto y cultura de muchos de sus colegas, desde hace ya muchos años, Eduardo Dulitzky tiene el raro privilegio de ser una de las personas que decide la música que los amantes argentinos de la música clásica y el jazz van a escuchar en ediciones locales, más baratas que las importadas, aunque –en razón de sus muchos desvelos– no menos cuidadas que las originales. Luego de pasar por varias compañías –actualmente está en Sony BMG–, es, probablemente, la persona que ha resultado más determinante para la supervivencia en el mercado local del disco de calidad. Sobre su escritorio se amontonan pilas de CDs que matizan la charla, sirviendo como excusa para despertar el súbito entusiasmo de Dulitzky cuando habla, por ejemplo, de la edición local de un disco de Miles Davis o de la reedición de dos volúmenes inhallables de Sergio Mihanovich. Y está claro que su interés por la música va más allá del mero negocio del disco, al que llegó casualmente por el diario. "Lo curioso –dice Dulitzky– es que, hasta ese momento, mi experiencia la había hecho como librero. Había estado en el Buen Libro, en la vieja Librería Atlántida, en la librería Santa Fe y, a comienzos de los años ochenta, fui dueño de mi propia librería en Olivos. Pero, en 1986, el propietario del local que alquilaba me planteó un alquiler desproporcionado, que no podía pagar, y tuve que buscarme otra cosa. Encontré un aviso en el diario, por el cual, una compañía discográfica multinacional pedía un prod manager para música clásica. Aclaro acá que, desde chico siempre me había gustado la música, que asistía a conciertos, que. tomaba clases de cello... En fin, lo usual y, aunque no sabía exactamente qué era eso que pedían, traté de imaginármelo y mandé una carta. Después hubo alguna prueba de inglés y una serie de exámenes de esos que hacen los psicólogos que trabajan para las grandes empresas, y, de pronto, ya estaba en el negocio del disco".

–¿Con qué se encontró en esos primeros tiempos?
–Con la posibilidad de poner en el mercado aquello que el mercado no tenía. En el momento que empecé a trabajar, todavía existía el long play. Y si bien estaba desapareciendo, en el departamento de música clásica se lo sostenía por un problema de calidad de audio y por el cuidado que tomábamos para mantener la presentación de origen en las ediciones locales. Eso duró relativamente poco –digamos que unos cincuenta discos–, porque casi de inmediato se privilegió el cassette. Ahí empezaron las novedades, ya que, hasta ese momento, eran relativamente raras en la Argentina las ediciones de obras que precisaran más de un cassette, como ocurre con las óperas y con ciertas piezas de más largo aliento. Uno de mis principales problemas fue entonces resolver la presentación, lo que hice: armé el librito, traduje los textos, busqué la mejor presentación posible y me di entonces el gusto publicar en tres cassettes La Pasión según San Mateo, de Bach, en la versión de Peter Schreier, que en ese momento me parecía maravillosa... Después vinieron Turandot, en la versión de Zubin Metha y El francotirador, de Carl Maria von Weber, en la versión de Kleiber...

–¿Empezó ocupándose solamente de la música clásica o la denominación abarcaba también el jazz?
–No, el jazz vino después. En algún momento las compañías empezaron a integrar los departamentos de música clásica y de jazz, probablemente porque ambas músicas estaban destinadas a públicos similares, distintos del público del pop. En los países centrales, con mercados más amplios que el nuestro, esa integración existe, pero, dado el volumen de trabajo, tanto el sector del jazz como el de la música clásica tienen sus propios responsables, que dependen de una única cabeza a cargo de los dos.

–Así planteadas las cosas, ¿su trabajo en el contexto de una discográfica multinacional consiste en elegir entre todo lo que la casa matriz le propone, atendiendo a lo que usted imagina como las necesidades del mercado local?
–Fundamentalmente, sí. Mi trabajo específico es la edición local de discos que se generan en los centros de repertorio, que están afuera. La compañía me ofrece todo lo que tiene, en la medida que tenga derechos para este territorio en particular, problema contractual de origen que existe en todo el mundo.

–¿Cuáles son los límites que plantea un mercado tan reducido como el nuestro?
–Como en cualquier otro caso, la rentabilidad. Y eso, entre otras cosas, determina las tiradas. Tanto la música clásica como el jazz no pueden competir en ventas con otras músicas. Las ventas, en todo caso, no son inmediatas, sino que se producen de manera sostenida a través del tiempo.

–Dicho de otro modo, los discos de jazz y de música clásica, ¿son, como en el caso de los libros de catálogo en las editoriales, los que, a pesar de las ventas, les confieren respetabilidad a las discográficas?
–No sé si la palabra es respetabilidad, pero sí creo que plantean una necesidad que debe considerarse. No me imagino una librería argentina que no tenga el Martín Fierro. Es ese tipo de libro que a lo mejor se vende a razón de uno o dos por año, pero que de ningún modo puede faltar. Con ciertos discos pasa otro tanto. Una discográfica no puede darse el lujo de no tener en el catálogo la Novena Sinfonía de Beethoven.

–¿De qué otras cosas una discográfica no puede prescindir?
–Por ejemplo, no se puede prescindir de Bach, de la mayor parte de Mozart, de Carmina Burana de Orff. En fin, son muchas cosas.

–¿Qué es lo que determina que un disco se edite?
–Cada compañía tiene sus propias prioridades, que dependen de un gran número de factores. A las filiales les corresponde evaluar en qué medida esas prioridades tienen que ver con la propia realidad, que, afortunadamente, no se limita a los condicionamientos del mercado. Por ejemplo, hace unos pocos meses saqué un disco que ganó el Grammy en la categoría de música clásica, con piezas de Scriabin, Medtner y Stravinsky, interpretadas por Evgeny Kissin. A pesar de que el repertorio no sea el más frecuentado por el público, es un disco realmente importante y yo creo que, independientemente de las ventas, no debe faltar en nuestro catálogo. Pasa lo mismo en el terreno del jazz: discos como Jeru, de Gerry Mulligan, o Mingus Ah Um, de Charles Mingus, o la selección de los años 1962 a 1964 de Sonny Rollins en RCA son demasiado importantes en la historia de esa música y tienen que estar disponibles, en lo posible a un precio razonable.

–¿Cómo hace para administrar lo que edita considerando catálogos tan importantes y teniendo en cuenta que las compañías también deben estar probablemente más interesadas en sus novedades?
–Alterno una y otra cosa. Lo puedo hacer porque no todas las novedades tienen el mismo interés local. Insisto, son catálogos que cuentan con verdaderas joyas, algunas de las cuales son incluso más rentables que las novedades. Y esto vale tanto para el jazz como para la música clásica.

–¿Cómo se calcula el número de títulos que sale cada año?
–No es un número fijo que se determine a priori, sino que se va evaluando en función de lo que puede absorber el mercado. Las tiradas fluctúan. Para las músicas de las que estamos hablando se parte de mínimos que pueden ir de las 500 a las 1000 unidades. En caso de agotarse, se reponen de inmediato. Precisamente, una de mis obligaciones es vigilar el stock y asegurarme de que esté disponible en las disquerías.

–¿Existe realmente una relación entre el tratamiento que la prensa le dé a un disco y sus ventas?
–En general, sí, pero no siempre. Hay discos que han sido tratados muy muy bien por la prensa y que, sin embargo, no se han vendido, y también el caso inverso. Después de muchos años en el oficio, ése sigue siendo un misterio para mí.



Las tardecitas de Minton's

Como para que los recién llegados vayan entendiendo de qué se trata, una crónica firmada por un visitante español –Tocho– y luego publicada el 29 de octubre de 2010 en Jazzitis (“el sitio para hablar de jazz y lo que plazca”) a propósito de una visita a Minton’s un día cualquiera. Los habitués sabrán reconocer el explícito encanto de G.H.

Una visita a Minton's

Tercer viaje a Minton's. Entro en la oscura galería comercial y descubro alarmado que la tienda está cerrada. Me acerco al cristal de entrada y leo los cartelitos allí enganchados, a ver si hay alguna pista. Nada. Es jueves, son pasadas las 12 del mediodia, la tiendecita es Minton's... todo correcto... pero... ¡cerrada! Tremendamente frustrado me giro para volver al ruido del exterior y me doy de morros con Guillermo, que llevaba unos vinilos en una mano y unas llaves en la otra. El calor nos afecta a ambos, los sobaquillos de nuestras camisas lucen igual. Sonríe, y ahora ya estoy seguro: es un ángel, con la conocida habilidad que los delata de aparecer en el momento más oportuno. Un ángel, gamberro, pero ángel. En el entorno del jazz he descubierto a algún otro, y también algún demonio, pero ni más ni menos que en la vida real.

Le digo que vive muy bien y me corrige diciendo que lleva levantado desde la 6 de la mañana, pero que la tienda la abre más o menos a las 12. Antes no hay ningún loco capaz de comprar jazz. Tiene el dvd de Tango Reflections apartado y es lo primero que me enseña. Pone a Coleman Hawkins mientras murmura bajito "¡Eso es un saxo! Pedile a esos jovencitos una balada". Cómo lo dice para si mismo no me veo invitado a decir nada, pero pienso que se está refiriendo a John Zorn y familia y le pregunto si se está refiriendo a Zorn, él me mira, arruga la nariz y continúa ordenando el local. Le recuerdo que hubo un momento en que los ellingtonianos arrugaron la nariz con los bopers, y estos con Miles y sus guitarras eléctricas, Miles arrugaba la nariz con Ornette Coleman... ¿y a nosotros a quién nos toca arrugar la nariz? ¿a Tzadik? ¿a Hatology? Me hubiera gustado que dijera "Coño con el gallego...", pero no dijo nada, sólo cuando acaba de poner en orden las cosas me dice lacónicamente "pienso que el futuro está en el jazz de cámara", dando por acabado el tema.

Me intereso por la caja de Mosaic de Oliver Nelson que el otro día me dijo que quizás recibiera. Me dice que eso no lo ha recibido aún, pero que tiene unas cajas de Miles Davis que me conviene comprar. Me lo creo. Ya me perecía a mí que el trato con uno de los clientes del otro día no era demasiado comprometido, las acaba de recibir y no tiene más, o sea que su otro cliente se va a tener que volver a esperar, podrá disfrutar de unas cuantas copas de vino más. A menos que fuera un chanta y que tampoco se tomara en serio el compromiso de compra. Un porteño de verdad puede vivir con toda naturalidad con ese original código de conducta.

Las cajas de Miles Davis son la del Cellar Door Sessions 1970, y la del In Person at The Blackhawk, Complete, del 61. Me explica algo que no entiendo muy bien, y es qué en esta edición completa se puede disfrutar de los solos de Hank Mobley, porque en la edición original estaban cruelmente amputados por la intervención directa de las tijeras de Tony Williams en la producción, al que no le gustaba ni un pelo cómo tocaba Mobley. Del otro, del Cellar Door..., me dice que esas sesiones geniales fueron el patrón que Miles repitió sin parar en los siguientes años, hasta que reventó en el 76, necesitando 4 años de tinieblas para sentir, de nuevo, la necesidad de tocar. Las grabaciones de los directos de esa época, la rockera dice, demuestran que tocaba mecánicamente, lo mismo cada día, los mismos solos, con exactamente el mismo minutaje. Me deja con la duda.

Usa su calculadora, salgo para el cajero, saco pasta, vuelvo y ahí está Franz, con sus kilos de humanidad, concentrados sobre todo en su barriga, charlando con Guillermo. Primera impresión: Papa Noel, pero de vacaciones, sin gorro, con tejanos y camiseta negra de manga corta. Primero creo que es un motorista de Los Ángeles, luego veo que es un ex hippie, que a los 60 ha optado por la variante bon vivant, para entendernos. Vive a medias entre el mediterráneo y Buenos Aires, según el clima. Habla un argentino macarrónico muy divertido, y va fluido, no se traba. Conoce Barcelona y muestra su indignación cuando recuerda la rotulación urbana y ¡suburbana!, en catalán. Gesticula y abre desmesuradamente esos ojitos de chancho, entonces se ve que son azules.

A mi pregunta responde que él es de Baviera, donde hay más de 250 fabricantes de cerveza. Dice que en Alemania hay diferentes tipos, la Pilsener, la Weizenbier que tiene una variedad que tiene hasta un 6% de alcohol, la Altbier que es muy amarga y muy popular en Düsseldorf, la Kolsh de Colonia, la Helles que es muy clara, la Schwarzbier negra de consumo mayoritario en el Este alemán, y las Bockbier, con variedades de distinto color y que las hay hasta de 6,25% grados. En Baviera dice que hay más de 250 fábricas de cerveza. Guillermo empieza a hablar de los lugares en BsAs para beber buena cerveza. Papá Noel ya se las conoce todas.

Guillermo se queja del maltrato que sufre por parte de las distribuidoras europeas de discos, me dice que no le envían novedades, sólo material antiguo, y que hay algún distribuidor mayorista que copia el pedido que le hace él para abastecer su stock, pero que no recibe ni uno de esos discos. Habla del valor que tiene Minton's a partir de sus existencias basadas en un buen criterio, "Y yo lo tengo", dice. "Qué porteño eres", pienso, pero no lo digo.

Le dice a Franz que el diario Página 12 ha sacado Las Tardecitas del Minton's, con el ejemplar de hoy, por 8 pesos (unos 2 €). El alemán le pregunta si es un trío con batería, Guillermo le dice que no, y Papá Noel, con ojillos pícaros, le aclara que a los bateristas argentinos les sobra preparación física, y añade que obligaría a todos a tocar una temporadita con aquel plumero para sacar el polvo que está ahí, en el rincón de la tienda. Sospecha que la formación de todos los bateristas argentinos ha sido dándole al tambor en las manifestaciones callejeras. Guillermo confirma esta tesis entre carcajadas, mientras asegura que un solo de batería de menos de 18 minutos es una mariconada, igual que la lectura de un poema de menos de dos días y medio... un argentino necesita tiempo para explicar lo que sabe hacer. No paramos de reír, nos lo estamos pasando bomba.

Franz me enseña a pronunciar correctamente Manfred Eicher: Manfred, hasta aquí vamos bien..., Aijer, pues vale, Manfred Aijer a partir de ahora. Me siento la mar de a gusto en esta reunión con Papá Noel de incógnito y un ángel porteño sin afeitar. Pero antes de que se empiecen a preocupar por mí en el trabajo, les dejo con su charla, y sin ningunas ganas vuelvo a la realidad.

Dos días más tarde, ya de noche, mientras el comandante del avión levantaba aquella mole rumbo a casa, me despedía de la ciudad con un “hasta pronto”, esta vez pensando en el loco de Guillermo y en ese lugar que mantiene vivo. Esperaba con impaciencia que acabaran las maniobras de despegue para enchufarme al iPod y escuchar Las tardecitas de Minton’s, y dormir soñando con música, con ángeles, con Papa Noel... y con Buenos Aires.

Bienvenidos al blog de la disquería Minton's

Hoy se pone en marcha el blog de la disquería Minton's. Se detallarán en él las actividades vinculadas a la disquería, informaciones referidas a sus amigos y clientes, así como todo tipo de materiales relacionados con el mundo del jazz. Como se puede leer en la Advertencia de la derecha, este blog no publicará comentarios anónimos. Y, claro, se reserva el derecho de admisión.